Jueves de la 3a semana del Tiempo Ordinario
Carta a los Hebreos 10,19-25.
Tenemos plena seguridad de que podemos entrar en el Santuario por la sangre de Jesús,
siguiendo el camino nuevo y viviente que él nos abrió a través del velo del Templo, que es su carne.
También tenemos un Sumo Sacerdote insigne al frente de la casa de Dios.
Acerquémonos, entonces, con un corazón sincero y llenos de fe, purificados interiormente de toda mala conciencia y con el cuerpo lavado por el agua pura.
Mantengamos firmemente la confesión de nuestra esperanza, porque aquel que ha hecho la promesa es fiel.
Velemos los unos por los otros, para estimularnos en el amor y en las buenas obras.
No desertemos de nuestras asambleas, como suelen hacerlo algunos; al contrario, animémonos mutuamente, tanto más cuanto que vemos acercarse el Día.
Salmo 24(23),1-2.3-4ab.5-6.
el mundo y todos sus habitantes,
porque El la fundó sobre los mares,
Él la afirmó sobre las corrientes del océano.
¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor
y permanecer en su recinto sagrado?
El que tiene las manos limpias
y puro el corazón;
él recibirá la bendición del Señor,
la recompensa de Dios, su Salvador.
Así son los que buscan al Señor,
los que buscan tu rostro, Dios de Jacob.
Evangelio según San Marcos 4,21-25.
Porque no hay nada oculto que no deba ser revelado y nada secreto que no deba manifestarse.
¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!".
Y les decía: "¡Presten atención a lo que oyen! La medida con que midan se usará para ustedes, y les darán más todavía.
Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene".
El candil en el candelero
El candil puesto en el candelero, del que habla la Escritura, es nuestro Señor Jesucristo, luz verdadera del Padre que alumbra a todo hombre que viene al mundo (Jn 1,9). El candelero es la santa Iglesia. Es sobre su predicación que descansa la Palabra luminosa de Dios, que alumbra a los hombres del mundo entero como a habitantes de su casa, y que llena del conocimiento de Dios a todos los espíritus… La Palabra no quiere de ninguna manera permanecer debajo del celemín; desea ser puesta en lugar evidente, en la cima de la Iglesia. La Palabra, escondida bajo la letra de la Ley, como bajo el celemín, hubiera privado a todos los hombres de la luz eterna. No hubiera podido dar la contemplación espiritual a los que buscan desembarazarse de la seducción de los sentidos, que sólo son capaces de captar ilusiones y prontos a percibir tan sólo las cosas materiales y pasajeras. Pero la Palabra puesta sobre el candelero que es la Iglesia, es decir, fundada sobre el culto en espíritu y en verdad (Jn 4,24), alumbra a todos los hombres… Porque la letra, si no se comprende según el espíritu, sólo tiene un valor material y limitado; ella sola no deja que la inteligencia capte toda la amplitud y profundidad de lo escrito… Así que, con nuestros pensamientos y acciones, no pongamos bajo el celemín la lámpara que alumbra, es decir, la Palabra de Dios que ilumina la inteligencia. No seamos culpables de disimular bajo la letra, la fuerza incomprensible de la Sabiduría divina. Mejor que pongamos la Palabra sobre el candelero que es la Iglesia, en la cima de la contemplación que deja paso a la luz de la revelación divina.
San Máximo el Confesor (c. 580-662)
monje y teólogo